Editorial publicado en la revista Carreteras – nº 202 – Julio/Agosto de 2015
Es la pregunta que debieron formularse los gestores del Ministerio de Fomento cuando se plantearon incentivar el uso de autopistas de peaje por camiones de 4 ó más ejes asociándolo a una significativa reducción de la tasa. La decisión fue finalmente adoptada por el Consejo de Ministros el pasado 3 de julio, a modo de experiencia piloto de carácter voluntario y con incidencia limitada a unos 320 kilómetros de vías.
El Ejecutivo se lanzó a la puesta en marcha de esta medida a la vista del éxito de una actuación similar en Cataluña, donde ya en abril de 2013 el Departamento de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat había alcanzado un acuerdo para desviar obligatoriamente hacia la AP-7 a los vehículos pesados que circulaban por la N-II a su paso por la provincia de Girona. Una iniciativa con resultados suficientemente elocuentes: reducción de la accidentalidad en la carretera convencional a la décima parte unida a un nulo incremento de la accidentalidad en la autopista.
Con semejantes conclusiones, huelga aportar otras justificaciones. Sin embargo, no se puede olvidar que si el sector del transporte de mercancías no hace un uso sistemático de las autopistas de peaje se debe a que las cuentas, incluso con una reducción del 50% sobre la tarifa, no le salen. Algo tendrá que ver el hecho de que, en nuestro país, la mayoría de los empresarios de este ámbito son autónomos. Sin pasar por alto, además, que se trata de un sector que ha sufrido con significativa dureza el lento paso de la crisis.
Cuestión distinta, por tanto, será convencerles de que piensen en el “bien mayor”.
El utilitarismo es una teoría ética que asume que “el mejor estado de las cosas es aquel en el que la suma de lo que resulta valioso es lo más alta posible” y, por tanto, lo que debemos hacer como sociedad es buscar aquello cuya conjunción arroja el mayor resultado. La aplicación de dicha teoría lleva implícito que no necesariamente debe existir, en un planteamiento ético y razonable, satisfacción para todos los implicados. Es más, la primera propuesta de utilitarismo material sentencia: “la pérdida es aceptable si la ganancia es grande”.
En su defensa, el sector del transporte por carretera podrá argüir otra interpretación de las teorías utilitaristas, la que aboga por el utilitarismo negativo, que considera necesario “evitar la mayor cantidad de daño para el mayor número de personas”. Los defensores de esta interpretación abogan por la “producción del mínimo malestar para el máximo número de personas…”. Y no es el sector referido ni pequeño ni poco representativo ni estratégicamente innecesario o económicamente despreciable.
Sea como fuere, las distintas corrientes utilitaristas vienen a confluir en la idea del «máximo bienestar para el máximo número», recomendando actuar de modo que se produzca la mayor suma de beneficio posible en su conjunto, aun a sabiendas de que algunos aporten sumandos negativos.
Sin entrar a discutir los mayores o menores costes, consumos y gastos que implica una alternativa o la otra, y entendiendo todos los razonamientos que llegan desde el sector, si nos atenemos a los resultados en cuanto a la mejora de seguridad vial ya demostrados en los tramos en servicio, desde estas líneas, sin ambigüedades, apoyamos la propuesta del Gobierno y le animamos a que la extienda de forma obligatoria, previo consenso con el sector, conforme a la teoría utilitaria del “bien mayor”.