Editorial publicado en la revista Carreteras – nº 193 – Enero/febrero de 2014
A falta del balance definitivo, la Dirección General de Tráfico (DGT) ha anunciado recientemente que en enero de 2014 han perdido la vida en las carreteras españolas 59 personas, la cifra más baja desde que se contabilizan los fallecidos por accidentes de tránsito.
El mes pasado se ha convertido, de esta forma, en el mes con el menor número de muertos en siniestros de tráfico de la Historia, de tal manera que hemos de remontarnos más de medio siglo, al año 1961, para encontrar la segunda cifra más baja de víctimas mortales, un total de 69.
Los datos son tozudos y confirman que España se encuentra ya en una fase de consolidación de la curva de tendencia en las estadísticas de accidentalidad y mortalidad en carretera. Y no podemos perder de vista que ésta es la etapa del proceso más frágil y complicada. Para ilustrar esta afirmación, podemos recurrir a un símil muy descriptivo: las dietas de adelgazamiento, en las que el éxito no reside en lograr perder peso sino en mantener la silueta adquirida.
Y es que, en efecto, pocos países en el mundo pueden presumir de ratios tan espectaculares como los descritos (no olvidemos que las actuales reducciones de fallecidos por accidente se producen respecto de caídas anteriores ya importantes), más aún teniendo en cuenta que el escenario no parece ser el más propicio para todo ello.
Por un lado, el parque de vehículos ha envejecido de forma notable en los últimos años: de los 31 millones de automóviles registrados en España, 13 millones tienen 10 o más años.
Por otro, las inversiones destinadas a la adecuada conservación y mantenimiento de las infraestructuras viarias han experimentado caídas alarmantes, hasta el punto de que se constata un deterioro cuya gravedad venimos denunciando desde el sector –y fuera de él-: un 72% del firme presenta grietas en la rodada, un 12% de la red muestra deterioros estructurales en más de la mitad de la calzada, el 21% tiene roderas medias o profundas, el 26% de la señales de código han superado la vida útil recomendada, siendo necesario reponer 350.000, se han identificado obstáculos sin proteger en el 58% de las carreteras…
Tampoco la formación vial para la obtención del permiso de conducir ha variado sustancialmente en los últimos años.
Entonces, si los tres factores de estudio tradicionales no parecen estar en el meollo de la cuestión… ¿Qué está pasando? ¿Por qué desciende la mortalidad por accidente? Y, lo que es más importante, ¿hasta cuándo seguirá cayendo el número de fallecidos en un escenario que, aparentemente, habría de favorecer lo contrario?
Quizá la clave resida en los cambios legislativos y normativos, en la introducción de sanciones penales contra los delitos del tráfico, en la efectividad de la labor policial, en la mejora notable de los servicios de emergencia y asistencia tras el siniestro, en las mejoras tecnológicas que la industria automovilística ha venido incorporando en la última década, en la reducción de la movilidad –con caídas del 11% en el volumen de tráfico y del 16% en el consumo de combustible entre 2008 y 2012–… O en la suma de todo ello y de algo más, que requeriría un análisis sociológico pero que algunos expertos en la materia ya definen como la progresiva europeización del ciudadano español, que ha supuesto un cambio más que relevante en actitudes y comportamientos, también a la hora de ponerse al volante de un vehículo.
Los datos son esperanzadores y deben llevarnos una reflexión profunda en la que estén presentes todos los elementos y claves que pueden haber intervenido en que hoy nos hayamos convertido en un referente mundial en el campo de la seguridad vial. Una reflexión que nos permita sentar las bases para desarrollar metodologías y herramientas que consoliden esta tendencia.