Editorial publicado en la revista Carreteras – nº 188 – Marzo/Abril de 2013
Sabio consejo que cualquier persona de edad le da a un niño desde la atalaya de la experiencia, con ese gesto de condescendencia que casi ofende al receptor por obvia. Disculpas de antemano.
En el ámbito de la planificación de infraestructuras de transporte en un país, este consejo puede convertirse en amenaza si no se tiene mucho tacto en su consideración.
Y mucho nos tememos que no se ha tenido. Hace unos días, el Ministerio de Fomento anunciaba a bombo y platillo -por cierto, magnificas campañas de promoción las de la Alta Velocidad ferroviaria que ya quisiéramos para el autocar- la reducción de las tarifas del AVE “para acercarlo a más personas”.
Sin duda se conseguirá subir más pasajeros al AVE.
No sabemos si el éxito de la actuación se va a medir en incremento del número de viajeros o en incremento del coste por ciudadano ajeno al AVE que tendrá que subvencionar desplazamientos en un modo de transporte incapaz de cubrir siquiera sus costes de explotación.
Puesta en evidencia ya -por los más afamados catedráticos españoles- la falacia de los axiomas de “idoneidad ambiental”, “vertebración territorial” y “rentabilidad económica” del AVE; cacareados a los cuatro vientos mediáticos sus inasumibles costes para un país como el nuestro, que no cumple las mínimas condiciones orográficas, de demanda o de oportunidad, solo queda esperar que esta moda política caiga por su propio peso. Esperemos que entonces no sea tarde.
Hemos nadado mucho y rápido, pero creemos que no hemos sabido guardar la ropa.
Mientras nuestra planificación de infraestructuras daba aceleradas brazadas para conectar por AVE todas las capitales del país, ofreciendo una calidad de servicio incuestionable, sin duda, pero a menos de la mitad de la capacidad de cada vagón, no hemos tenido la precaución de dedicar una pequeña parte de los recursos programados a la conservación y mejora de una red de carreteras –ésta sí- vertebradora del territorio, generadora de riqueza y accesible a todos los ciudadanos.
Por el contrario, nos encontramos ante una planificación de “desinversiones” que provoca el descenso continuado de los recursos dedicados a la vialidad ordinaria, un parón de la inversión en rehabilitación de firmes y un abandono en el apartado de la dotación de equipamiento de seguridad… Un panorama desolador que solo puede repercutir en la merma exponencial del servicio que se ofrece al 90% de los ciudadanos y mercancías, que, contra todo pronóstico, se siguen desplazando por carretera.
No procede desandar el camino. Pero quizás tampoco resulte procedente, además, subvencionarlo… No paren de nadar si no quieren, pero, por favor, guarden la ropa.