Editorial publicado en la revista Carreteras – nº 187 – Enero/Febrero de 2013
En esta época de crisis global, llama la atención el poco interés que se le presta a la generalización del pensamiento único. Si reflexionamos un poco sobre la esencia de cualquier mercado, todo se basa en el hecho de que existen distintas visiones de un bien o de un servicio. El vendedor todavía estaría dispuesto a venderlo más barato y el comprador a pagarlo más caro. Sin esa diferencia de criterio el mercado no funciona.
En la actualidad, la globalización de los procesos formativos en la gestión de empresas ha dado lugar a sensibilidades o visiones mucho más uniformes, y esto hace que la volatilidad de los mercados crezca enormemente. Lo que un día son ventas al día siguiente se convierte en compras compulsivas sin que, en lo fundamental, haya cambiado nada. Pero si este pensamiento único es fácilmente reconocible en el mundo económico, no es menos visible en el campo de las obras públicas. Si hace poco todo era bueno y necesario, ahora todo es malo y superfluo. Y nos apuntamos al pensamiento único, único y caduco, y volveremos a cambiar de opinión y a equivocarnos de dos en dos. Ha llegado el momento de reclamar el pensamiento crítico, el único que puede dar una cierta estabilidad a las políticas de infraestructuras más allá de las modas intrínsecamente efímeras.
Las buenas obras públicas siguen siendo buenas y necesarias y no debemos dudar de ellas. Pero el ser crítico también debe aplicarse a los momentos de euforia irracional. Un gran reto por delante, pero empecemos por perder la vergüenza a reivindicar lo mejor de nuestras carreteras al tiempo que reconocemos que también cometimos algunos fallos. En este momento en que las dificultades presupuestarias son extremas, es necesario empezar a ganar la batalla de las ideas.