Marta Rodrigo Pérez, Subdirectora General de Relaciones Institucionales de la Asociación Española de la Carretera
Artículo publicado en el Anuario de la Industria y Comercio de Automoción, Edición 2012
Puede parecer ocioso afirmar que reconocer los errores es el primer paso para corregirlos y superarlos. Además, de puro evidente, tampoco deja de resultar tópico sostener que los ejercicios de autocrítica resultan siempre sanos y, por eso mismo, muy recomendables.
Pero en los tiempos que corren, como nunca antes, las llamadas a la autoinculpación comienzan a trascender el plano de la sensatez con la que hay analizar las situaciones desfavorables. Entonar en exceso el mea culpa puede tener efectos contrarios a los pretendidos: por un lado, presentar al penitente como un pícaro que busca la compasión y los beneficios que de ella pudieran derivarse; por otro, caer en un victimismo que reste credibilidad a los argumentos esgrimidos. Y, finalmente, lo que es aún peor, generalizar la idea de que todo lo hecho está mal y que pocas cosas –o ninguna- han merecido la pena.
Hasta no hace mucho, las redes viarias españolas gozaban de unos niveles de atención presupuestaria razonables. La preocupación por dotar al país de unas infraestructuras de carreteras de calidad y, sobre todo, seguras, estaba presente en todos los niveles de la política de transportes: el estatal, el autonómico y el provincial y local. Esta preocupación ha garantizado la progresiva construcción de una malla moderna, que posibilita la vertebración y ordenación de todo el territorio y la accesibilidad a los servicios, esenciales y de ocio. Una carreteras, en definitiva, propias de un país desarrollado y competitivo, económica, social y culturalmente.
Hasta no hace mucho, nadie cuestionaba el papel de la carretera en la movilidad de personas y mercancías.
Pero un buen día, de buenas a primeras, todo cambió. Y lo que era evidente dejó de serlo, de forma inesperada y un tanto brusca. Las infraestructuras viarias desaparecieron de un plumazo de las partidas inversoras de las administraciones que tienen encomendada su gestión y muchos asistimos, estupefactos, al olvido político y social de las carreteras.
En este escenario, llegaba el momento de poner sobre la mesa los errores cometidos durante los años en los que la apuesta política permitió construir el actual patrimonio viario; errores ajenos, pero sobre todo, errores propios, aquellos en los que se incurre al amparo de la autoconfianza. Qué duda cabe que al sector viario pueden achacársele muchas equivocaciones, y quizá la más importante haya sido el no haber sabido crear conciencia colectiva sobre el valor del fenómeno viario. Pero el reconocimiento de estas carencias no puede llevarnos a perder de vista los importantes logros que la Ingeniería de Carreteras española ha cosechado. Valga como muestra irrefutable el desarrollo de una tecnología viaria que hoy es referente en todo el mundo.
Autocrítica sí, pero asociada a la puesta en valor de la calidad del trabajo bien hecho, que nos permite gozar de unas infraestructuras que tenemos el deber moral –y económico- de preservar. Y en esto, una buena gestión de la comunicación puede ofrecer claves muy interesantes, esa visión panorámica que permite distinguir el bosque entre los árboles.
Superamos la autocomplacencia y es el momento de dejar a un lado la autocrítica. El mundo viario español tiene mucho que aportar.