Francisco Javier de Águeda. Consultor Principal; TAIRONA CONSULTORES
La duración y profundidad de la crisis que venimos padeciendo desde hace unos cuatro años en España ha dado pie a que muchas de las ideas preconcebidas sobre el funcionamiento de la economía estén cayendo en desuso, o al menos sean objeto de matizaciones importantes. Solo dos años atrás casi todos éramos keynesianos en nuestras visiones del futuro, queriendo decir con esto que propugnábamos un mayor gasto público para compensar el espectacular descenso del gasto privado que se había producido.
En realidad la idea tiene bastante lógica, ya que si dos de los sumandos más importantes en la composición del PIB son el gasto del sector privado y el gasto del sector público, la bajada de uno de ellos podría compensarse en principio con la subida del otro, para poder seguir produciendo crecimiento económico. Pocos se dieron cuenta en aquel momento de que la intensidad de la globalización hacía que los esfuerzos de un gobierno determinado (ni tan siquiera el del gobierno norteamericano, como ha quedado demostrado; quizá únicamente, por sus especiales circunstancias políticas, el gobierno chino pueda tener una relativa influencia a nivel global) invalidaba aquella premisa keynesiana. La solución a nuestros problemas económicos debe necesitar de raíces más profundas: debe basarse en la economía real y no en la intervención artificial de un agente externo, aún tan poderoso como pueda ser el sector público.
Recordemos que en todas las crisis recientes (1973, 1987, 2000) ha sido la economía real la que ha sufrido las consecuencias finales del ciclo bajista, ya sea en los salarios, en los precios, en el bienestar social o en la riqueza (en el PIB), aunque en ninguno de los tres casos citados el origen del problema fue la economía real, sino la economía bursátil, la financiera o la del mercado de las materias primas. Parece entonces que la economía real debería ahora adelantarse y producir las soluciones.
Cuando España estaba fuera de la economía del euro, la bajada del ciclo económico se compensaba con las devaluaciones de la peseta. La consecuencia inmediata era el empobrecimiento del país frente al exterior mediante una bajada artificial de los precios de los productos españoles en el extranjero, haciéndolos más competitivos en el contexto global, con lo que el sector exterior (otro sumando del PIB) tiraba de nuestra economía. Como ahora no podemos devaluar, la bajada de los precios esta vez no podrá ser artificial, sino que tendrá que ser real. Expuesto de una forma agresiva: solo saldremos de la crisis con la deflación.
La deflación podría incluso tener que ser brutal, como ocurre actualmente en el mercado inmobiliario en el que quien no baja significativamente el precio, no vende. También podrá ser más gradual si somos conscientes de lo que está pasando y entre todos vamos paulatinamente bajando nuestras pretensiones de precio de un determinado producto o servicio, o elevando su calidad manteniendo el precio de venta (más competitividad), o aceptando un salario más reducido por el mismo trabajo (los funcionarios ya lo han tenido que aceptar), o trabajando más y mejor por el mismo salario (más competitividad, de nuevo), etc. Es una tarea de todos y además inevitable. Si no lo hacemos, desde el exterior nos obligarán a hacerlo, como ya ocurre.
No quiere decir esto que el sector público debería quedar completamente al margen de este proceso autónomo de la economía real, sino que debería favorecerlo e impulsarlo. Desde luego, el evitar artificialmente la deflación permitiendo la subida del precio de los carburantes cuando sin embargo baja el precio en origen del crudo, no es la mejor manera. Se podría entender esta maniobra porque la deflación ha sido tradicionalmente demonizada al postular que producía una espiral de precios a la baja; pero no se ha tenido en cuenta que la economía real ajusta siempre los desvíos patológicos de forma automática (baste pensar en la avalancha de compras de pisos que se produciría ahora mismo si costasen alrededor de 50.000 euros, con lo que la demanda desaforada producida volvería a hacer subir los precios). En este momento del ciclo el papel de la Administración se percibe como necesariamente regido por la austeridad. Pero además y sobre todo, se la necesita como facilitadora de la economía real, con un significativo descenso del impuesto de sociedades, con la disminución de los trámites burocráticos en todos los aspectos de la vida civil, con la mejora de la seguridad jurídica, o con la promoción del impulso creador de los emprendedores.
El sector de la construcción puede y debe estar implicado en el proceso de deflación, con modalidades que exceden las pretensiones de este artículo. Sin embargo, se puede prever desde ahora la reticencia a una bajada unilateral de precios, que además requeriría un ajuste previo de los costes, o a acometer alguna otra actuación racionalizadora para provocar la mejora de la competitividad. Quizá sea bueno recordar aquí, como estímulo, que uno de los más importantes grupos de la distribución minorista internacional se creó cuando rebajó brutalmente sus precios de venta al público, al ir a clausurar su primer establecimiento como consecuencia de la falta de ventas en éste. La avalancha de clientes que produjo esta decisión desesperada abrió los ojos al empresario, que continuó elaborando esta idea hasta crear así un imperio comercial a nivel mundial.