Enrique Miralles Olivar, Director Técnico de la Asociación Española de la Carretera
Dos de mis mayores y más satisfactorias aficiones son la lectura y la escritura. Trato de dedicarles una parte significativa de mi tiempo de ocio, pues ambas me permiten viajar a lejanos lugares, vivir aventuras, resolver misterios, pasar miedo, enamorarme de los personajes y muchas cosas más.
Uno de los géneros literarios que más me gusta, tanto desde el punto de vista de la lectura como de la escritura, es la Ciencia Ficción, en todas sus vertientes: blanda, dura, space opera, cyberpunk, etc. Tanto es así que en mayo de 2017 publiqué mi segundo libro, un thriller de ciencia ficción basado en la hipótesis científica de los muchos mundos de Hugh Everett III.
Cuando uno escribe sobre ciencia ficción debe manejar determinados recursos y uno de los más importantes suele ser la anticipación, es decir, tratar de imaginar cómo será la vida y la sociedad en el futuro. Durante los últimos años han triunfado numerosas sagas e historias literarias basadas en distopías que describen futuros apocalípticos donde la humanidad ha perdido su capacidad tecnológica o bien ha sucumbido a ella. Todas esas novelas siguen un patrón similar: nadie hace caso al protagonista de la historia, que suele ser un científico que avisa sobre el advenimiento de una amenaza para la humanidad, ya sea en forma de desastre natural, rebelión de las máquinas o virus imparable. Y en todas ellas se presenta la dualidad del ser humano: su cara más amable, altruista y solidaria, frente a la más egoísta, insensata y cerril.
Nuestra generación está protagonizando una historia que presenta tintes de aquellas distopías, con políticos y “expertos” minusvalorando una amenaza real que llevó a China, uno de los países más poderosos del mundo, a tomar unas medidas que en occidente atribuimos a su naturaleza de régimen dictatorial. Tan solo unas semanas después, en la mayoría de las democracias occidentales estamos siguiendo su ejemplo y los políticos y “expertos” que ayer decían una cosa, hoy se desdicen y nos advierten sobre la necesidad de restringir todo lo posible el contacto físico, decretando la reclusión domiciliaria.
Dentro de muchas décadas, nuestros descendientes estudiarán la Pandemia del COVID-19 como nosotros estudiamos la Gripe Española de 1918, cuya paternidad nos atribuye el mundo entero de manera injusta, ya que al ser España un país neutral en la Primera Guerra Mundial, nuestros periódicos no censuraban la información sobre los contagios que se registraban en nuestro país, al contrario que en los países litigantes, sabedores de la existencia de aquella pandemia, pero que decidieron ocultarla por motivos estratégicos, para no desmoralizar a las tropas, etc. Como las únicas noticias de aquella gripe provenían de España, el mundo decidió que debía ser nuestra.
Cuando estudien la Pandemia del COVID-19, nuestros descendientes mirarán hacia atrás con asombro por los errores cometidos. Seguramente ellos incurrirán en otros, pero no en los nuestros. Eso espero al menos, aunque es muy descorazonador que la única manera de hacernos entrar en razón sea el castigo, bien para evitar que salgamos a la calle y nos contagiemos con un temible virus, bien para que usemos el cinturón de seguridad y no consumamos alcohol mientras conducimos.
Espero que entre los errores de nuestros descendientes no se encuentre esa especie de pulsión suicida que obliga a las autoridades a tomar medidas encaminadas a protegernos de nosotros mismos.
#Quedateencasa