Editorial publicado en la revista Carreteras – nº 181 – Enero/Febrero de 2012
La sociedad civil española se muestra, todavía, sumisa ante los decisores públicos y permisiva con sus fallos. Contrasta esta actitud con la polémica y crítica públicas que se desatan en otros países de nuestro entorno en relación con el destino de sus impuestos. Quizás faltan algunos años, o quizás faltaba la reciente experiencia del paso de la abundancia a la escasez, para que nuestra sociedad termine reconociéndose como actor protagonista de su destino.
Después de dotar a nuestro país de las más modernas infraestructuras, muchas de ellas no se usan lo que se esperaba. Mientras los sectores profesionales reclaman una mínima inversión continuada en mantenimiento para evitar la pérdida del patrimonio, los gobernantes están inmersos en las consecuencias de una severa resaca de inversión, y en la tesitura de gestionar, incluso, lo que no se utiliza.
Los criterios de análisis y planificación de inversiones deben estar lejos de presiones políticas, y todavía más lejos de las que pretenden manifestarse como sociales, siendo políticas. Y es que es a los gobernantes a los que corresponde diferenciar y decidir.
La recomendación para la toma de decisiones es utilizar los criterios que conforman el concepto de sostenibilidad. De esta manera, el análisis pasa por ponderar si la inversión es viable económicamente, es decir, rentable y financieramente admisible, si responde a una verdadera demanda de la sociedad y si es compatible con el medioambiente. Además, en la medida de lo posible, dentro del marco de colaboración público privada y más allá del mismo, es absolutamente deseable ordenar los riesgos, es decir, que cada parte asuma los suyos y que éstos no sean trasladables en forma de rescates u otros mecanismos similares.
El problema que hay delante no es fácil y seguro que lo más práctico es no revolver demasiado el pasado, no lamentarse, analizar los fallos y ponerse a trabajar, mirando hacia delante.
No sobran infraestructuras, sino que falta actividad económica. No es lógico dejar de mantener y gestionar las infraestructuras construidas. Lo que necesitamos ahora con urgencia es dinamizar la economía y ser competitivos en un mundo global. Si el mismo ímpetu que hemos demostrado a la hora de construir lo aplicamos ahora, en términos generales, a producir, innovar y competir, seguramente no nos sobren infraestructuras…